La cuestión sobre el sepulcro vacío ha sido una de las más polémicas a lo largo de la investigación histórica sobre el acontecimiento pascual. Algunos autores han llegado a negar su historicidad alegando que son «leyendas tardías». Entre éstos encontramos posiciones moderadas que, sin negar la realidad de la resurrección, hablan de una nueva creación (ex nihilo) del cuerpo de Jesús, al margen del cuerpo que habría quedado en el sepulcro (cf. Brandle, Kremer, Kessler, Lorenzen, Deneken, Perkins, McDonald, Torres Queiruga o Hans Küng). También encontramos posiciones radicales, tales como la de Lüdemann, el cual afirma que «la tumba de Jesús no estaba vacía, sino llena, y su cadáver no se esfumó, sino que se descompuso», o la de Crossan, según el cual «el cuerpo de Jesús pudo terminar devorado por perros salvajes, aves de rapiña u otras alimañas»[1].
Esta teoría de Crossan es especialmente llamativa, pues rechaza sin motivo alguno los datos que nos brindan las fuentes sobre el entierro de Jesús. El hecho de que un crucificado reciba sepultura no se contradice en absoluto con la realidad histórica, pues tenemos testimonios como los de Filón o Flavio Josefo en los que se narran acontecimientos similares[2]. También disponemos de registros arqueológicos que deslegitiman la postura de Crossan, tales como el hallazgo de los huesos de un hombre joven llamado Yehojanán, que fue crucificado en tiempos de Jesús, en un osario familiar en Giv`at ha-Mivtar, al norte de Jerusalén.
Con todo, debemos señalar que tales postulados obedecen a un presupuesto teológico que vicia todo el discurso de los hechos. En efecto, estos autores no llegan a esas conclusiones mediante la metodología historiográfica, es más, la violentan en el momento en el que desechan de plano los datos que nos revelan las únicas fuentes de las que disponemos. Sus ideas obedecen a un concepto erróneo de la idea ‘resurrección’. Una vez más, debemos recordar que no puede separarse, debido a la peculiaridad de las fuentes, lo enunciado del enunciante. En efecto:
«Si la fe pascual y, por tanto, la fe en Cristo descansa sobre el testimonio de los apóstoles, entonces no nos es accesible en absoluto de otro modo que a través del testimonio apostólico, trasmitido en la iglesia como comunidad de los creyentes»[3].
Es, por tanto, una necesidad metodológica saber qué es lo que querían decir exactamente con el término resurrección los testigos del acontecimiento pascual, de lo contrario, haremos decir a los testigos lo que nosotros consideramos, según nuestra mentalidad moderna, que es lo que debió ocurrir. Este particular lo abordamos con detalle en el capítulo que dedicamos al concepto ‘resurrección’. Baste ahora recordar unas palabras de uno de los especialistas en Sagrada Escritura más prestigiosos, Raymond E. Brown, que nos servirán para completar nuestra perspectiva:
«Muchas veces he mantenido, tanto verbalmente como por escrito, que la afirmación: “Mi fe no se vería perturbada si se encontrara el cuerpo de Jesús en Palestina”, hoy en día está fuera de lugar. No se nos pide que creamos en la resurrección de Cristo por la autoridad de cualquiera de los teólogos modernos. Lo que sí se nos pide es que creamos en la resurrección por la autoridad de los testigos apostólicos. Por tanto la pregunta debe ser: ¿Se habría visto perturbada la fe de Pedro o de Pablo si hubieran encontrado el cuerpo de Jesús en Palestina? En mi opinión, el testimonio bíblico apunta al hecho de que Pedro y Pablo predicaron un Jesús resucitado cuyo cuerpo no habría sufrido la corrupción del sepulcro. No existe la más mínima prueba en el nuevo testamento de que algún cristiano pensara que el cuerpo de Jesús seguía en el sepulcro sufriendo la corrupción. Creo, por tanto, que el testimonio bíblico afirma con toda claridad la resurrección corporal de Jesús»[4].
Así pues, la mayoría de investigadores, de gran solvencia intelectual, se decanta por la historicidad del sepulcro vacío (cf. I. Berten, J. Blank, J. Blinzler, R. E. Brown, H. von Campenhausen, J. Delorme, J. A. Fitzmyer, R. H. Fuller, W. Grundmann, J. Jeremias, W. Künneth, X. Léon-Dufour, C. M. Martini, C. F. D. Moule, J. Murphy-O’Connor, F. Mussner, W. Nauck, W. Pannenberg, K. H. Rengstorf, E. Rückstuhl, L. Schenke, J. Schmitt, K. Schubert, E. Schweizer, P. Seidensticker, A. Strobel, P. Stuhlmacher, W.Trilling, A. Vögtle, U. Wilckens ,P. Achtemeier, J. Gnilka, R. H. Gundry, M. Hooker, P. Perkins, R. Pesch, and C. Rowland, Gerald O’Collins, N. T. Wright, James D. G. Dunn o J. P. Meier, entre otros)[5].
Es preciso recordar que para la mentalidad judía es impensable una resurrección que no contemple el cuerpo. Es posible que nuestro pensamiento moderno encuentre maneras más refinadas de entender la corporeidad de la resurrección, pero deberá admitirse que dichas maneras colisionan frontalmente con el pensamiento bíblico. Así pues:
«El término metafórico resurrecciónalude inequívocamente al acto de ‘ponerse en pie’, de ‘levantarse’ el cuerpo muerto y salir del sepulcro. El sepulcro es, en efecto, el sello de la muerte de Jesús y el cadáver la prueba de que realmente había muerto. Así pues, la resurrección no acontece más allá del mundo, sino que está referida a la historia y el ser de Jesús, de los que sus restos mortales representan el último recuerdo»[6].
Para la comprensión teológica de la resurrección de Jesús y su relación con el sepulcro vacío puede ser útil el pasaje de los Hechos de los Apóstoles en el cual Pedro anuncia por primera vez a las gentes allí congregadas este acontecimiento decisivo (Hch 2,26ss). En él se cita el salmo 16, en el que se afirma: «mi carne descansa en la esperanza, porque no abandonarás mi alma en el lugar de los muertos, ni permitirás que tu Santo sufra la corrupción. Me has enseñado el sendero de la vida».
Así pues, esta aplicación del salmo 16 viene a confirmar la importancia que los primeros testigos otorgaron al sepulcro vacío, pues este hecho es, en palabras de Ratzinger:
«Un hecho estrictamente conforme a la Escritura. Las especulaciones teológicas, según las cuales la corrupción y la resurrección de Jesús serían compatibles una con otra, pertenecen al pensamiento moderno y están en clara contradicción con la visión bíblica. Según eso se confirma también que un anuncio de la resurrección habría sido imposible si el cuerpo de Jesús hubiera permanecido en el sepulcro»[7].
En vista de lo que sabemos sobre el concepto teológico judío de la resurrección, hubiera sido imposible anunciar la resurrección de Jesús si su cadáver se hubiera quedado en el sepulcro. El hallazgo del cadáver de Jesús habría proporcionado a sus oponentes la prueba definitiva de su fracaso. En palabras de Kasper:
«El principal argumento en pro de un núcleo histórico es éste: una tradición tan antigua, originaria incluso de Jerusalén, no se hubiera podido mantener ni un solo día si no hubiera sido un hecho para todos los que tenían que ver con ello el que el sepulcro estaba vacío. Es llamativo que en toda la polémica judía contra el mensaje cristiano de la resurrección no se halle este argumento que tan a propósito hubiera sido»[8].
Consideramos oportuno insistir sobre este particular:
«Es obvio que la tradición del sepulcro vacío se formó en Jerusalén. La predicación de la Resurrección de Jesús se habría hecho imposible en la ciudad santa si el pueblo pudiese mostrar el cuerpo de Jesús en el sepulcro. Además la antropología bíblica implica siempre el cuerpo en cualquier forma de vida, aun en la pneumática. Los enemigos, tanto en los tiempos apostólicos como en las polémicas rabínico-cristianas de la literatura talmúdica, nunca negaron el sepulcro vacío»[9].
Realizadas estas importantes precisiones, podemos adentrarnos ahora en el análisis de los relatos. No pretendemos, en modo alguno, sumergirnos de lleno en cuestiones exegéticas, pues rebasaría con mucho nuestras capacidades. Siguiendo a James D.G. Dunn, pretendemos rastrear el núcleo histórico común que subyace en las narraciones sobre el sepulcro vacío las cuales, con toda su diversidad, muestran indicios de una tradición previa muy antigua.
Mt 28,1-8 | Mc 16,1-8 | Lc 24,1-11 |
Después del sábado, cuando despuntaba el primer día de la semana, María Magdalena y la otra María fueron a ver el sepulcro. De repente hubo un fuerte temblor de tierra, pues un ángel del Señor bajó del cielo y, acercándose, rodó la piedra y se sentó en ella. Su aspecto era como el relámpago y su vestido blanco como la nieve. Por miedo a él, los guardias se pusieron a temblar y se quedaron como muertos. Pero el ángel dijo a las mujeres: “No temáis, sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, porque hasido resucitado, como dijo. Venid a ver el sitio donde estaba. Luego id enseguida a decir a sus discípulos: “Ha sido resucitado de entre los muertos, y he aquí que va por delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis. Este es mi mensaje para vosotras”. Ellas dejaron el sepulcrocon miedo y gran alegría, y corrieron a comunicárselo a los discípulos. |
Pasado el sábado, María Magdalena y María, la madre de Santiago, y Salomé compraron aromas para ir a embalsamarlo. Y muy temprano, el primer día de la semana, a la salida del sol, fueron al sepulcro. Se decían unas a otras: ¿Quién nos rodará la piedra de la entrada sepulcro? Pero al mirar observaron que la piedra, que era muy grande, ya había sido rodada. Cuando entraron en el sepulcro vieron a un joven vestido con una túnica blanca, que estaba sentado a la derecha, y se alarmaron. Pero él les dijo: “No os alarméis. Buscáis a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha sido resucitado; no está aquí. Mirad, ahí está el lugar donde lo pusieron. Pero id a decir a sus discípulos y a Pedro que irá delante de vosotros a Galilea; allí lo veréis, como os digo”. Ellas salieron huyendo del sepulcro, dominadas por el terror y el asombro; y no dijeron nada a nadie, pues estaban asustadas. |
Pero el primer día de la semana, muy de mañana, fueron al sepulcro, llevando los aromas que habían preparado. Encontraron rodada la piedra del sepulcro; pero cuando entraron no encontraron el cuerpo. Estando perplejas sobre esto, de repente se presentaron ante ellas dos hombres con vestidos deslumbrantes. Las mujeres estaban asustadas e inclinaron el rostro a tierra. Pero los hombres les dijeron: “¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí, ha resucitado. Recordad lo que os dijo cuando aún estaba en Galilea: que el Hijo del hombre tenía que ser entregado a pecadores y ser crucificado y resucitar al tercer día. Entonces ellas recordaron sus palabras. Y volviendo del sepulcro, contaron estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que contaron estas cosas a los apóstoles fueron María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago y las otras mujeres que estaban con ellas. Pero estas palabras les parecían a ellos un delirio, y no les daban crédito. |
Como vemos, los sinópticos tienen versiones paralelas. Por su parte Juan tiene una visión diferente:
Mc 16,2;Lc 24,12 | Jn 20,1-10 |
Y muy temprano, el primer día de la semana, a la salida del sol, fueron al sepulcro. (Mc 16,2)
Pero Pedrose levantó y corrió al sepulcro. Asomándose, sólo vio las envolturas de lino; entonces regresó a casa admirado de lo sucedido. (Lc 24,12) |
Temprano, el primer día de la semana, estando todavía oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido retirada del sepulcro. Entonces fue corriendo adonde Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería, y le dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor, y no sabemos dónde lo han puesto”.Entonces Pedro y el otro discípulo se dirigieron hacia el sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro discípulo corrió más que Pedro y llegó al sepulcro primero. Se agachó a mirar y vio las envolturas de lino en el suelo; pero no entró. Llegó Pedro seguidamente y entró en el sepulcro. Vio en el suelo las vendas de lino; también el sudario que había cubierto la cabeza de Jesús, pero no junto a las vendas, sino enrollado y puesto aparte. Luego el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, entró también, y vio y creyó; porque hasta entonces no habían entendido la Escritura, según la cual Jesús debía resucitar de entre los muertos. Los discípulos, entonces, volvieron a sus casas. |
Como hemos podido comprobar, en los textos se aprecia un núcleo estable (incluso en el evangelio apócrifo de Pedro, EvPe 12,50-57): Temprano el primer día de la semana, la presencia de mujeres, concretamente María Magdalena, la piedra rodada. En los sinópticos apreciamos la presencia de ángeles que afirman que Jesús ha resucitado y en Juan, por su parte, la presencia de Pedro y el otro discípulo. Sobre esta base se han ido formando los diversos relatos, los cuales albergan diferencias en virtud de la intencionalidad de cada evangelista, su teología particular y la comunidad a las que se dirigían.
A la hora de abordar las diferencias, tiene poco sentido que centremos nuestra atención exclusivamente en la hipótesis de la prioridad del relato de Marcos, del cual dependerían Lucas y Mateo. Somos hijos de Gutemberg, nuestro paradigma es esencialmente el escrito. Sin embargo, en una cultura como la judía el paradigma era esencialmente oral. En efecto:
«En conjunto tiene más sentido suponer que el relato del sepulcro vacío circulaba en varias versiones, constituidas por un núcleo fijo complementado con detalles, embellecimientos y énfasis todos ellos variables, como correspondía a un proceso de tradición oral. Mateo y Lucas tuvieron acceso a la versión marcana; pero en sus iglesias el relato del sepulcro vacío era sin duda parte de la tradición común, probablemente desde que existían esas comunidades»[10].
A mayor abundamiento, Raymond E. Brown afirma:
«En mi opinión estas variantes en los evangelios no serían sino un simple reflejo del desarrollo oral de la tradición. Pero por debajo de todas esas variantes existe la tradición, sólidamente atestiguada por los cuatro evangelios, de que el sepulcro estaba vacío la mañana de pascua. Para mí la cuestión radica en la autenticidad de esa tradición, no en lo tardío de las distintas narraciones que la contienen. El mismo hecho de que María Magdalena sea recordada en los evangelios (y ella es la testigo fundamental en el hallazgo del sepulcro vacío) apoya la tesis de que se trataba de un recuerdo cristiano histórico. Además, como se indica a menudo, si cualquier judío no creyente hubiera mostrado el cuerpo de Jesús yacente en el sepulcro, habría resultado imposible la proclamación cristiana de la resurrección»[11].
Cabe preguntarse en este momento de dónde surgió esta tradición, de dónde proviene ese núcleo estable que encontramos en todas las fuentes. La respuesta más obvia es que dicha tradición proviene de testigos oculares del hecho, cuyo testimonio dio forma definitiva a la tradición, las mujeres. En efecto, este es uno de los elementos más importantes a favor de la historicidad de los relatos del sepulcro vacío.
En todos ellos aparecen las mujeres, teniendo un puesto especial María Magdalena (apostola apostolorum).Puestos a elaborar un relato convincente, que además constituya el clímax narrativo del evangelio, los evangelistas hubieran preferido a testigos de mayor credibilidad. Tengamos en cuenta que las mujeres, en el Oriente Medio de la época, no eran consideradas dignas de crédito, su testimonio no valía en un tribunal. En efecto, Josefo nos dice que «de mujeres no se admita testimonio alguno, a causa de la ligereza y precipitación propias de su sexo» (Ant. 4.219). Esta concepción negativa con respecto a la mujer también podemos rastrearla en Lc 24,11, cuando se nos dice que los apóstoles pensaban que las mujeres deliraban y no creyeron la noticia del sepulcro vacío. Más tarde, la Misná recogerá que lo dispuesto sobre el juramento (Lv 5,1) era aplicable a los hombres pero no a las mujeres (m. Sebu. 4,1). Aún hoy, sin ir más lejos, en las sociedades islámicas se considera que el testimonio de la mujer vale la mitad que el del hombre.
Es llamativo además que, tanto el cuarto evangelio como Lucas, hacen referencia a testigos adicionales. En Juan aparecen Pedro y el discípulo amado, en Lucas se afirma que: «Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo hallaron tan como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron» (24,24). Si hay testigos adicionales y Marcos y Mateo se limitan al testimonio de las mujeres, con todo lo que ello implica, sugiere que dicho testimonio era considerado de vital importancia, y desde el principio, con toda la problemática que eso llevaba aparejado. En consecuencia:
«¿Cabe argumentar seriamente que fue ideada en alguna comunidad de la Palestina del siglo I una historia que no habría podido mantenerse en pie frente a la incredulidad y suspicacia pública? Esta consideración sin más podría ser suficiente para explicar por qué la tradición citada por Pablo no incluye a las mujeres en su lista de testigos (1Cor 15,4-8)»[12].
A todo lo expuesto debemos añadirle, como ya indicamos cuando abordamos el concepto de resurrección, que los hallazgos arqueológicos indican que en Jerusalén, en el período herodiano, se realizaba el doble enterramiento en orden a la resurrección futura. En el caso de Jesús no tenemos indicio alguno de que esto haya sucedido, como tampoco tenemos testimonios que sugieran la veneración de sus restos, tal como se hacía en Israel con las tumbas de los mártires y los profetas. La mejor explicación a estos hechos la encontramos en las fuentes a las que tenemos acceso, los evangelios. En palabras de James D. G. Dunn:
«Los primeros cristianos guardaban memoria de dónde había sido sepultado el cuerpo de Jesús (recuerdo conservado aún en tiempos de Constantino)[13]; pero no tenían interés en el asunto, conscientes de que el sepulcro estaba vacío. Jesús no había permanecido en él»[14].
También hemos señalado que es más que notable el hecho de que en todo el material disponible no encontremos testimonios de los opositores al cristianismo negando el hecho del sepulcro vacío. Ningún judío de la época hubiera creído como posible la resurrección de Jesús si su cadáver hubiera seguido en el sepulcro. La mejor prueba contra la predicación cristiana hubiera sido que las autoridades señalasen el lugar de reposo de los restos mortales de Jesús, sin embargo esto no sucedió nunca. En efecto:
«Nada habría invalidado mejor las afirmaciones de Pedro y de los otros que un testimonio en contra respecto a lo sucedido a Jesús: cuerpo intacto después de sepultado, o irreconocible tras la descomposición, o dejado en algún lugar no recordado. Además, dada la coincidencia parcial entre las autoridades del templo y los saduceos, y habida cuenta de que éstos no creían en la resurrección, nada mejor que tales argumentos para explicar lo sucedido con el cuerpo de Jesús y demoler así la nueva doctrina con más facilidad. Un sepulcro vacío daba a sus oponentes, tanto cristianos como fariseos, demasiado margen para defender su creencia en la resurrección (Hch 23,6-9)»[15].
También en Pablo encontramos una referencia, indirecta pero sólida, al sepulcro de Jesús, concretamente en la formula confesional de 1 Cor 15, 4, en la que se alude a la sepultura antes de la resurrección. Así lo recoge Theissen:
« Pablo, en 1 Cor 15, 4, da un testimonio fiable sobre la sepultura de Jesús. Por la lógica de su fe en la resurrección, que contemplaba un cuerpo transfigurado y trasformado, tuvo que presuponer un sepulcro vacío, aunque no lo diga expresamente. En términos generales cabe afirmar que la fe judía en una resurrección corporal conduce necesariamente —a diferencia de la fe greco-helenística en la inmortalidad del alma— al supuesto de un sepulcro vacío»[16].
Con todo lo hasta aquí expuesto no queremos decir, en modo alguno, que esto constituya una prueba objetiva de la resurrección de Cristo. El sepulcro vacío es, por sí mismo, un elemento ambiguo, que puede ser interpretado de otra forma. En efecto, sabemos que la teoría barajada por las autoridades judías fue el robo del sepulcro por parte de los discípulos (Mt 28,13-15)[17].
Por el contrario, afirmamos que el sepulcro vacío es un signo que interpela al hombre y que constituye una base histórica sólida en orden al estudio del acontecimiento pascual. Ciertamente no es, por sí sólo, una condición suficiente, pues como ya hemos visto, se puede aducir el robo del cuerpo, pero sí consideramos que es una condición necesaria, en vista de nuestro estudio realizado sobre el concepto de resurrección en la teología y antropología judía.
Con respecto a los relatos sobre las apariciones de Jesús, hay que señalar que debido a la diversidad de los mismos, un análisis sinóptico —tal como hemos realizado con los relatos del sepulcro vacío—, es prácticamente imposible. Por esta razón, presentaremos una visión de conjunto de los mismos, señalando las divergencias y los elementos comunes más notables.
Nos ha parecido interesante un cuadro elaborado por Dunn[18], en el cual recoge los datos que las fuentes nos permiten extraer y que, como él mismo señala, es meramente orientativo, no hay que dar un valor estricto a la secuencia cronológica. Sin embargo, puede resultar útil para situarnos:
¿A quién? | ¿Dónde? | ¿Cuándo? | Mateo | Marcos | Lucas | Juan | 1 Cor |
1.María
2.Mujeres 3.Pedro 4.Cleofás
5.Los Once 6.Los Once 7.¿120? 8.Los Once 9. 500+ 10.Santiago 11.Apóstoles 12.Pablo |
Sepulcro
Cerca Sepul. ¿? Emaús
Sala arriba Sala arriba Jerusalén Galilea ¿? ¿? ¿? Damasco |
Dom. a.m.
Dom. a.m. Domingo Dom. p.m.
Dom. tard. +7 días 40 días ¿? ¿? ¿? ¿? ¿+2 años? |
28,8-10
28,16-20 |
(16,9)
(16,12-13)
16,7 |
24,34 24,13-35
24,36-49 Hch 1,3-11
Hch 9,etc.
|
20,11-18
20,19-23 20,26-29
21,1-23 |
15,15
15,15
15,6 15,7 15,7 15,8 |
Los primeros relatos son los que narran la aparición a las mujeres junto al sepulcro (Mt 28,8-10) y la aparición a María Magdalena (Jn 20,11-18). Es evidente que ambos relatos obedecen a dos tradiciones distintas, por la diversidad tanto en el número de participantes como en el emplazamiento. El relato de Mateo es más sobrio, el de Juan narra con todo detalle el diálogo entre María Magdalena y Jesús. Con todo, ambos relatos poseen elementos comunes, tales como la aparición de María Magdalena, la mención al sepulcro vacío, el hecho de agarrar a Jesús (krateinen Mateo), o de tocarlo (haptesthaien Juan), y el encargo de informar a los discípulos. Como ya indicamos cuando abordamos los relatos del sepulcro vacío, el hecho de que las protagonistas sean las mujeres indica, como ya señalamos, una tradición nuclear muy antigua a la que los evangelistas tuvieron que plegarse —Mateo podría haber obviado el episodio de las mujeres y hacer una transición más fluida entre el anuncio del ángel y la aparición en Galilea y Juan, por su parte, sólo concede protagonismo a María Magdalena en su evangelio en la escena de la cruz y en la aparición de Jesús junto al sepulcro. A diferencia de otros, ni siquiera la identifica con la mujer adúltera o la que ungió los pies a Jesús.
Por otra parte, tenemos los relatos que narran la aparición a Pedro (Lc 24,34; 1Cor 15,5), que son más bien una confesión eclesial (tono formulario), cuya función es situar a Pedro en el primer lugar de la lista en cuanto importancia. También, con respecto a Pedro, nos encontramos la aparición narrada en Jn 21,15-24. Es un relato de carácter más íntimo, en el que se narra un diálogo entre Jesús y Pedro, con la famosa triple formulación del «¿me amas?».
Mención aparte merece la aparición camino de Emaús, Lc 24,13-35. En él se aprecia un relato típicamente lucano, en el que está presente su teología eclesial (Jesús como Maestro, el tema del padecimiento del Mesías en la Escritura, la partición del pan…) Sin embargo, apreciamos elementos que indican el uso de una tradición anterior, tales como el nombre de uno de los caminantes, Cleofás y su lugar de destino, Emaús.
«¿Por qué habría relacionado la primera aparición de Jesús narrada completa con oscuros discípulos, de los que sólo se conoce el nombre de uno (Cleofás)? El relato contradice la prioridad a las apariciones a Pedro (pese 24,34) y a los Doce. Por eso lo más probable es que Lucas hiciera uso de la tradición básica simplemente porque estaba disponible, sin atender a su difícil encaje en el esquema general»[19].
Con respecto a la aparición a los Once en Jerusalén, Lc 24,36-49; Jn 20,19-23; 1 Cor 15,5, (la aparición a Tomás, Jn 20,24-29, sería una variante de la tradición básica de la aparición a los Once), debemos señalar que se aprecia claramente un núcleo común: la aparición de Jesús al grupo, la donación de la paz y la muestra de las heridas de las manos, pies y costado. Esto es muy significativo:
«Que el núcleo quede de manifiesto en un paralelo Lucas-Juan, y no en el típico paralelo sinóptico, es también un hecho significativo, puesto que las tradiciones sinóptica y joánica raras veces se aproximan tanto entre sí»[20].
También son destacables los relatos en los que Jesús aparece lleno de vida ante sus discípulos, llegando incluso a comer con ellos (Hch 1,3-11) o los relatos que narran las apariciones en Galilea (Mc 16,7; Mt 28,16-20; Jn 21,1-23). Estos últimos, a diferencia de los relatos de aparición a los Once, no tienen puntos de contacto entre sí.
Por último, nos encontramos con relatos que narran otras apariciones, como 1 Cor15,6-8, que narra la aparición a más de quinientos hermanos, sin especificar nada más y, lo más interesante, hace referencia a la aparición a Pablo. Decimos que es más interesante porque las cartas paulinas son los únicos textos en los que habla en primera persona un testigo ocular directo de una aparición de Jesús.
En suma, podemos apreciar la gran diversidad existente en los relatos sobre las apariciones de Jesús. Algunos de ellos sólo nos vienen referidos con un solo testimonio (como la aparición a Cleofás y el compañero no identificado, a los más de quinientos hermanos o a Santiago). También comprobamos como las similitudes entre algunos de ellos, concretamente el de las apariciones a las mujeres cerca del sepulcro y la aparición a los Once, son tangenciales. Por otra parte, encontramos divergencias en torno a la localización de algunas apariciones, concretamente la de los Once (¿Jerusalén o Galilea?).
Sin embargo, también encontramos elementos comunes a todas estas tradiciones que, sin duda alguna, salvan buena parte de dichas divergencias. Así pues:
- En todos los relatos aparece un elemento clave, esto es, es Jesús quien se deja ver, es suya la iniciativa, no de los discípulos. Él es quien se aparece (ophthe). Por esta razón, es más oportuno referirse al acontecimiento de la aparición con las categorías de ‘encuentro’y ‘autopresentación’. En efecto:
«Estos conceptos son válidos para concebir formalmente tanto el momento central, primario y constitutivo, de inderivabilidad e irreductibilidad (como reverso de la libre autopresentación) como el momento secundario e ineludible del cambio positivo de los afectados por el encuentro en su estructura fundamental»[21].
- Al mismo tiempo llama la atención que, en ocasiones, los discípulos no pueden reconocer a Jesús. Al mismo tiempo que se señala el carácter físico de su cuerpo, se constatan acciones que parecen ir más allá de lo que es posible a la materia. Entra y sale de habitaciones cerradas, come con sus discípulos, desaparece, etc. Ya comentamos que, de ser una mera invención, los evangelistas hubieran construido una narración más creíble en su conjunto y menos problemática en sus detalles. Sobre este particular volveremos más tarde.
- Otro tema común es la comisión y el envío por parte del Resucitado: A la mujeres (Mt 28,10; Jn 20,17), a Pedro (Jn 21,15-19), a los Once, tanto en Jerusalén como en Galilea (Lc24,47; Jn 20,21; Hch 1,8 cf. Mt 28,17) o a Pablo (1Cor 15,7). Esto parece ser un elemento constitutivo de apostolicidad.
- También es un elemento estable la mención al «primer día de la semana», siendo parte nuclear de la tradición sobre el hallazgo del sepulcro vacío. Concuerda, además, con la fórmula confesional del «tercer día» que recibió Pablo (1Cor 15,4). En palabras de Dunn:
«No debemos olvidar el hecho notable, pero a menudo pasado por alto, de que tan atrás en el cristianismo como podamos remontarnos, el domingo tenía ya una importancia especial para los cristianos: era el Día del Señorprecisamente por ser el día en que celebraban su resurrección»[22].
En definitiva, podemos apreciar una tradición nuclear perceptible dentro y a través de la diversidad de las narraciones sobre los encuentros con el Resucitado. Está fuera de toda duda razonable que los testigos afirman haber tenido encuentros reales con Jesús que, después de su muerte, se había manifestado lleno de vida en medio de ellos. La impresión causada por estos encuentros dio forma a las tradiciones que han llegado hasta nosotros.
Es posible imaginar una sucesión de los acontecimientos, hipotética, con cierta coherencia histórica. Por una parte, la tradición de las mujeres en Jerusalén (sepulcro vacío y apariciones), la cual habría sido corroborada por la aparición a otros discípulos que se encontraban por los contornos. Por otra parte, la tradición sobre la aparición a los Once en Galilea, la cual habría llegado también a Jerusalén y, allí mismo habría sido integrada, aunque no totalmente, con la tradición de las mujeres, dando origen a los relatos tal como han llegado hasta nosotros. De este modo, se puede aplicar el análisis que hace Dunn sobre los siguientes aspectos que, por su importancia, reproducimos a continuación:
«1) La fusión de tradiciones divergentes se produjo sólo hasta cierto punto. La confusión relativa al lugar y a quién fue primero no se encuentra resuelta en Mateo, en el cuarto evangelio ni en el final extenso de Marcos. Sólo Lucas se atrevió a imponer uno de los dos modelos a su material, excluyendo toda referencia a apariciones en Galilea. 2) Un núcleo —sepulcro vacío, tercer día, visión del Resucitado, encargo de Jesús— permaneció constante, a pesar de toda la diversidad. También aquí, al parecer, una vez expuesto lo principal del relato en sus distintas versiones, el grado de divergencia entre ellas no fue considerado significativo. 3) Es probable que esos elementos esenciales (núcleo) se remonten a los (varios) comienzos del proceso de tradición. Como sucede sistemáticamente en la tradición de Jesús, fue el impactocausado por el descubrimiento de que el sepulcro estaba vacío y por diversas experiencias de ver y oír a Jesús después de su muerte lo que desde las primeras referencias dio origen y forma básica a la tradición»[23].
En síntesis, lo analizado hasta aquí sobre la tumba vacía, por una parte, y los encuentros con el Resucitado, de otra, nos llevan a las siguientes conclusiones:
- El contexto cultural y teológico del Judaísmo del Segundo Templo daba a los discípulos un marco en el cual interpretar el acontecimiento pascual. Sin embargo, la mutación del concepto ‘resurrección’ llevado a cabo por el cristianismo naciente solamente se entiende a raíz del encuentro sorprendente con Jesús auténticamente vivo.
- Ni la tumba vacía por sí sola, ni las apariciones por sí solas hubieran dado base suficiente para concluir que Jesús había resucitado. La tumba vacía, sin apariciones, se hubiera podido interpretar como un robo. Por su parte, las apariciones, sin la tumba vacía, podría haberse interpretado según otras categorías bien conocidas en la época, ya sea como delirios —categoría no sólo usada por la mentalidad moderna— (así recoge Lucas en 24, 1-11, la reacción de los discípulos frente al testimonio de las mujeres) o como apariciones fantasmales, conocidas en el mundo antiguo. Sin embargo, estas apariciones fantasmales siempre eran interpretadas como confirmación de que la persona en cuestión había fallecido, pasando a otra dimensión, no que había resucitado corporalmente, como nos narran los evangelios sobre Jesús. Así pues:
«Cuanto más normales fueran estas visiones, menos posibilidades hay de que alguien, por muy cognitivamente disonante que pudiera haberse sentido, hubiera dicho lo que nadie había dicho nunca antes sobre un difunto, que había sido resucitado de entre los muertos. En efecto, tales visiones significaban precisamente, como ha descubierto la gente del mundo antiguo y del moderno, que la persona en cuestión estaba muerta, no que estaba viva»[24].
- Sin embargo, la combinación de sepulcro vacío más las apariciones constituyen la única base con suficiente poder explicativo del acontecimiento pascual. En efecto, la combinación de ambos acontecimientos lo constituyen, a nuestro juicio, en condición necesaria y suficiente. La mayoría de argumentos que pergeñan los autores que niegan el carácter real de la resurrección de Jesús, lejos de responder al rigor del método científico, constituyen una falacia conocida como argumentum ad consequentiam[25], que puede resumirse de la siguiente manera:
Los testigos (A) afirman que ha acontecido la resurrección de Jesús, dejando como huellas históricamente accesibles el sepulcro vacío y las apariciones (B). Dicha afirmación (B) implica la aceptación de la existencia de Dios y su intervención en la historia humana (C). Esto último es negativo o indeseable, de lo que se sigue la falsedad de (B).
En consecuencia:
«Una argumentación histórica por sí sola no puede forzar a nadie a creer que Jesús fue resucitado de entre los muertos; pero es extraordinariamente eficaz a la hora de limpiar la maleza tras la cual se han estado escondiendo escepticismos de diversas clases. La propuesta de que Jesús fue resucitado de entre los muertos posee una capacidad inigualable para explicar los datos históricos que se encuentran en el núcleo del cristianismo primitivo»[26].
Dunn llega a la misma conclusión:
«El impacto resumido en la palabra resurrecciónes lo que nos insta a concluir que “al tercer día” aconteció algo sólo susceptible de ser aprehendido / conceptualizado como resurrección. La tradición misma no deja espacio ni tiempo para la clase de reflexión (Marxsen) o engaño (Reimarus) que sus hipótesis requieren. Pese a las incoherencias y tensiones que la diversidad de las tradiciones pone bien de manifiesto, es a fin de cuentas la tradición lo que nos lleva a concluir que hubo algo percibido como sucedido a Jesús(resurrección evidenciada en el sepulcro vacío y las apariciones posresurreccionales) y no sólo como sucedido a los discípulos(fe pascual) que proporciona la explicación más creíble sobre el origen y el contenido de la tradición misma»[27].
[1]Recogidas en Pagola, op. cit., pg. 391.
[2]Flavio Josefo narra, en su autobiografía, Vida n.420, que consiguió que Tito le entregase a unos familiares suyos que habían sido crucificados. Por su parte, Filón, en Flacc. 83, nos relata que «la víspera de una fiesta de esta clase, cuerpos de crucificados fueron bajados de la cruz y entregados a sus familiares, porque pareció bien que recibieran sepultura y fueran objeto de los ritos ordinarios».
[4]Brown, Raymond E., 101 Preguntas y respuestas sobre la Biblia. Salamanca, Sígueme, 2006, nº 52.
[5]Sobre el estado de la cuestión, puede consultarse: Davis, Stephen T.; Kendall, Daniel; y O’Collins, Gerald. The Resurrection. An interdisciplinary Symposium on the resurrection of Jesus.Oxford, Oxford University Press, 1997.
[7]Ratzinger, J. Jesús de Nazaret. Desde la entrada en Jerusalén hasta la Resurrección. Madrid, Encuentro, 32011, pg.299.
[13]Sobre del Santo Sepulcro, lugar que la tradición señala como el sepulcro de Jesús, nos parece interesante el resumen de los estudios arqueológicos que recoge Theissen:
El material arqueológico del «sepulcro» existente en la iglesia del Santo Sepulcro de Jerusalén armoniza de modo más que aleatorio con el material literario.
- El sepulcro «descubierto» bajo Constantino no puede ser una «invención». Fue hallado en medio de la ciudad bizantina, debajo de un templo de Venus ligado a la fundación de Aelia Capitolina el año 136 d. C. Los sepulcros estaban en la antigüedad fuera de la ciudad. Sin una tradición local antigua sobre el sepulcro de Jesús, nadie hubiera buscado su sepulcro en medio de la ciudad.
- En la época de Jesús, es muy probable que su sepulcro estuviera fuera de los muros de la ciudad. Fue Herodes Agripa I quien hizo levantar, entre los años 41 y 44 d. C. una «tercera muralla», de forma que el Gólgota yel sepulcro quedaron incluidos dentro de las murallas. Por eso es probable que ya en el siglo I hubiera una tradición local que situaba el sepulcro en el lugar que hoy ocupa dentro de la iglesia del Santo Sepulcro.
- El sepulcro de la iglesia del Santo Sepulcro es «nuevo». Faltan los numerosos loculi adicionales que parten de la cámara principal. Se halla, además, cerca del Gólgota, en una cantera abandonada que pudo servir de huerto. Todo esto se ajusta a Jn 19,41. La tradición joánica propone un sepulcro del estilo que podemos contemplar hoy.
Tomado de Theissen, Gerd; Merz, Annette, El Jesús histórico. Salamanca, Ediciones Sígueme, 1999, pg. 551.
[16]Theissen, Gerd; Merz, Annette, op. cit. pg. 549.
[17]A este respecto, es interesante el rescripto imperial del emperador Claudio hallado en Nazaret, cuya datación lo sitúa en el siglo I, que recordaba la prohibición de robar cuerpos de las tumbas. Cabe preguntarse, ¿por qué en Nazaret y en ese período?
[25]Esta es su estructura: A afirma B/ B tiene como consecuencia C, que es algo negativo o indeseable./ Por tanto, B es falso.